En general, en el sistema nervioso central la adaptación de la circulación a la demanda se realiza a través de mecanismos locales que regulan el tono vascular. En el cerebro y la médula espinal la posibilidad de vasodilatación es muy limitada. Estos órganos, encerrados en una cápsula ósea rígida (cráneo y columna vertebral) y rodeados por el líquido cerebro-espinal (que como todos los líquidos es incompresible), carecen de posibilidad de aumentar su volumen. La vasodilatación en una región determinada es posible sólo si se produce simultáneamente vasoconstricción en otros territorios del neuroeje o si disminuye el volumen del líquido cerebro-espinal.
El sistema nervioso central utiliza casi exclusivamente glucosa como combustible y no dispone de reservas de este metabolito. La mantención de la normalidad funcional del neuroeje requiere, por lo tanto, que el aporte de glucosa sea continuo. Tanto los requerimiento. metabólicos como la irrigación del sistema . nervioso central, son prácticamente constantes. No se modifican mayormente en situaciones tales como sueño o actividad intensa de la zona motora de la corteza cerebral, por ejemplo. Sin embargo, mediciones directas realizadas durante actividad cerebral de intensidad variable, revelaron que el flujo de sangre en ciertas regiones del cerebro puede variar hasta en un 50%. Deben existir, por consiguiente, mecanismos reguladores de la distribución de la sangre tanto en el cerebro como en la médula espinal.
La irrigación cerebral depende de la presión arterial, pero sus oscilaciones no alteran el flujo sanguíneo, ya que son compensadas por variaciones paralelas de la resistencia vascular.
La regulación del flujo sanguíneo en el Sistema nervioso central depende de factores nerviosos y químicos. La regulación nerviosa está mediada por el sistema simpático y por el sistema parasimpático. La participación de cada uno de estos sistemas no es bien conocida. La estimulación experimental del simpático causa vasoconstricción y la del parasimpático vasodilatación, de muy escasa intensidad y de corta duración, por lo tanto, su importancia como mecanismos reguladores es escasa. Se acepta actualmente que la irrigación del sistema nervioso central depende predominante y tal vez exclusivamente de factores químicos. Entre estos se considera de primordial importancia la pCO2 sanguínea. En apoyo de este criterio, cabe citar el hecho de que el incremento de la pCO2 en la sangre carotídea induce vasodilatación cerebral proporcional a la concentración del CO2 en la sangre. Un efecto semejante, pero de menor intensidad, es causado por la disminución de la pO2 sanguínea. En resumen, puede aceptarse que el tono de las arterias cerebrales depende principalmente de la pCO2 y en menor grado de la pO2 sanguínea, siendo los mecanismos nerviosos de importancia secundaria.
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