La sangre que fluye por los vasos relaciona, como hemos dicho, el medio externo con nuestro medio interno y participa en la coordinación de las funciones de los diversos órganos. Cumple, además, un importante papel en la termorregulación. La circulación provee de sangre al organismo entero y su cuantía varía en forma directamente proporcional al estado funcional de los órganos. Las características genéticamente determinadas del sistema circulatorio le permiten cumplir con estas múltiples funciones. Los vasos sanguíneos son tubos de comunicación y están en íntima relación con el corazón que es la bomba muscular propulsora que mantiene la sangre en constante movimiento. Debido a las propiedades del corazón y de los vasos y a su capacidad de modificar su actividad por la acción moduladora de factores nerviosos, químicos y hormonales, la circulación se adapta, dentro de límites muy amplios, a los requerimientos siempre cambiantes del organismo. Esta capacidad de adaptación es el resultado de la evolución del sistema circulatorio en el curso de la filogénesis.
Durante la vida intrauterina la circulación pulmonar es muy reducida. Las aurículas, en este lapso de la vida, están comunicadas a través del orificio del Botal. Por lo tanto, casi la totalidad de la sangre pasa directamente de la aurícula derecha a la izquierda y de ésta al ventrículo izquierdo y a la aorta. Sólo una pequeña parte circula por los pulmones. Coincidiendo con los primeros movimientos respiratorios del recién nacido, se produce la oclusión del orificio de Botal y se establece la circulación pulmonar o menor. Esta se acopla, en serie, al circuito de la circulación mayor o sistémica. La bomba impulsora para la circulación menor es el ventrículo derecho y para la sistémica, el ventrículo izquierdo.
La circulación menor abarca un territorio relativamente pequeño. Sus capilares irrigan exclusivamente las paredes alveolares. La energía requerida para mantener la circulación pulmonar es, por lo tanto, considerablemente menor que la necesaria para mantener la circulación sistémica. La presión arterial en la circulación menor es inferior a la de la circulación mayor, en la cual las arteriolas y capilares, que abarcan un territorio considerablemente mayor, ofrecen mayor resistencia al flujo de la sangre. Para vencer esta resistencia la contracción del ventrículo izquierdo es de mayor intensidad, lo que explica el mayor grosor de sus paredes.
La figura 47 esquematiza la circulación fetal y la del adulto, indicándose, en relación con esta última, el porcentaje de la sangre total del volumen-minuto que reciben los diversos órganos.
Las arterias de la circulación sistémica poseen una pared elástica de considerable espesor, lo que les permite retener una parte substancial del volumen sistólico durante el período expulsivo del ventrículo izquierdo. Las arterias de la circulación menor son de menor espesor y menos elásticas, pero de mayor distensibilidad, lo que les permite albergar grandes volúmenes de sangre.
Los vasos que salen del corazón, independientemente de la calidad de sangre que llevan, son denominados arterias. Las arterias se dividen dicotómica y progresivamente en ramas cada vez de menor diámetro. La pared de estas ramas posee menor proporción de fibras elásticas, pero mayor número de fibras musculares lisas.
Las grandes arterias (aorta y pulmonar) se continúan con arterias de mediano y pequeño calibre, y éstas con arteriolas. El número de arterias aumenta así progresivamente del corazón hacia la periferia y se multiplica varias veces la superficie de su sección total. Por ejemplo, en la especie humana, la aorta, que tiene una superficie de sección de 3 cm2, da origen a una red de capilares, cuya sección total es unas 600-800 veces mayor que la de la aorta. Esto significa que la superficie de intercambio es extraordinariamente extensa, muchas veces mayor que la superficie alveolar total. La sangre de los capilares fluye hacia las vénulas que al confluir forman venas de pequeño y mediano calibre y finalmente las venas cavas que desembocan en la aurícula derecha. El recorrido de la sangre hasta su retorno al corazón es, por consiguiente, bastante largo. En algunos territorios, sin embargo, existen comunicaciones, entre arterias y venas que hacen posible acortar este recorrido.
El territorio capilar de la circulación menor abarca solamente a los pulmones y por consiguiente es considerablemente menor que el de la circulación sistémica. A pesar de esto, la cantidad de sangre que fluye en la unidad de tiempo es igual en ambos territorios. La circulación de los diversos órganos está acoplada en forma paralela (Fig. 48). En algunos órganos, por ejemplo en los riñones, existe una doble capilarización en serie (red admirable).
La pared capilar está formada por una capa única de células, lo que facilita el intercambio entre sangre y liquido intersticial. La capacidad de trabajo de un órgano puede ser evaluada por el número de sus capilares, debido a que el aporte de O2 y sustancias energéticas indispensables para este trabajo, depende de este número. Diferentes mecanismos regulan, de acuerdo con las necesidades, el volumen de sangre que pasa a través de los capilares. Entre éstos, el cierre y apertura de los esfínteres precapilares es de particular importancia (véase página 96). Las comunicaciones directas entre arteriolas o metaarteriolas y vénulas, los llamados cortocircuitos arteriovenosos ya mencionados permiten el paso directo de la sangre de las arteriolas a las vénulas sin que circule por los capilares.
El corazón, mediante la fuerza generada por sus contracciones, asegura la continuidad del flujo sanguíneo. La velocidad de este flujo y su volumen dependen de múltiples. factores; entre éstos, de las propiedades particulares de la pared vascular. La circulación se realiza en un sistema cerrado, en que en condiciones fisiológicas no hay escape de líquido. La sangre, como los líquidos en general, no es compresible y por consiguiente no cambia su volumen por el efecto de la compresión. Por lo tanto, el volumen de sangre que pasa por la sección transversal del sistema vascular es el mismo a nivel de las arterias, arteriolas, capilares o venas.
El aumento del número de los vasos, la disminución de su diámetro y el incremento de la sección transversal total (lecho vascular), tienen los siguientes efectos sobre la dinámica circulatoria: a) el aumento del número y la disminución del diámetro condicionan el incremento progresivo de la resistencia al flujo y, consecuentemente, la gradual caída de presión desde las arterias a los capilares; b) el aumento del lecho vascular disminuye la velocidad del flujo (efecto comparable a la disminución de la corriente en un río cuyo cauce se ensancha).
La velocidad del flujo en la aorta, cuyo diámetro es aproximadamente de 2 cm, es alrededor de 30 cm /seg y en los capilares 0.05 cm /seg, o sea, alrededor de 600 veces menor. La baja velocidad del flujo a nivel capilar favorece el intercambio entre sangre capilar arterial y células y, en los pulmones, entre sangre y aire alveolar.
La disminución de la presión sanguínea en las grandes arterias es pequeña y mayor en las arterias de menor calibre. En las arteriolas la presión cae rápidamente, para descender más lentamente en los capilares y en el sistema venoso. Alcanza su mínimo en la desembocadura de las grandes venas en las aurículas. La intensa caída de presión en el territorio arteriolar, se debe a que éste presenta la máxima resistencia friccional al paso de la sangre. Por su parte, la velocidad de la sangre disminuye progresivamente hasta los capilares, por las causas ya analizadas. Aumenta luego gradualmente, alcanzando su máximo en las grandes venas cercanas al corazón, debido a la disminución progresiva del lecho vascular. La mayor parte de la energía impartida a la sangre por la contracción ventricular se gasta, por lo tanto, en el territorio arteriolar, que representa el factor más importante en la resistencia periférica, que es uno de los factores esenciales en mantener la presión arterial.
Las arteriolas, gracias a la musculatura de sus paredes, son capaces de variar su diámetro y con ello la resistencia al flujo sanguíneo. La resistencia periférica arteriolar es, pues, el factor determinante del volumen de sangre que pasa, a través de los capilares, del sistema arterial al sistema venoso, en la unidad de tiempo. Las arteriolas, conjuntamente con su función reguladora de la presión arterial, representan un factor de gran importancia en la distribución de la sangre.
La capacidad de ajustar el flujo sanguíneo a las necesidades del momento varia de un órgano a otro. Así, por ejemplo, en el cerebro el flujo sólo puede aumentar como máximo al doble, en tanto que los músculos pueden recibir durante un trabajo intenso una irrigación hasta 30 veces mayor que en reposo.
Tengo problemas de circulación capilar periférica. No encuentro remedio. Me podrían ayudar? miglianom@yahoo.com
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