Cualquier persona que haya pensado en hacer gimnasia ha escuchado advertencias acerca del ácido láctico que se acumula en los músculos. Se ha dicho que quema los músculos y hace que estos se cansen y se dañen.
Los entrenadores dicen a sus atletas que deben aprender a trabajar por debajo del “umbral láctico” y algunos hasta se hacen exámenes de sangre para conocer sus umbrales lácticos.
Pero resulta que el ácido láctico es en realidad un combustible, no un producto de deshecho. Los músculos lo elaboran a partir de la glucosa y lo queman para obtener energía. Es la razón por la que los atletas pueden esforzarse tanto y durante largo tiempo. Es uno de los errores clásico de la historia de la ciencia.
Los orígenes del malentendido surgen del estudio de un Premio Nóbel, Otto Meyerhoff, que a principios del siglo XX cortó un sapo por la mitad y puso la parte inferior en una jarra. Los músculos no tenían circulación ni fuente de oxígeno. Cuando Myerhoff los examinó, descubrió que estaban bañados en ácido láctico, que conduce a la fatiga.
Hoy se sabe que las células musculares convierten la glucosa en glicógeno o ácido láctico. Este es absorbido y utilizado como combustible por las mitocondrias, las fábricas de energía de las células. Las mitocondrias incluso tienen una proteína especial para transportarlo a su interior.
El entrenamiento intenso hace gran diferencia porque puede duplicar la masa de las mitocondrias y hacer que estas quemen más ácido láctico y sus músculos puedan trabajar más duro por más tiempo.
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